No pretendo nada. Solo estoy aquí por el cuidado del alma.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Esperando esperanzas

Sebastián se encontraba en un hospital. El lugar estaba saturado de gente, por lo que había esperado casi todo el día para ser atendido. Llevaba en su mano unos cuantos papeles: exámenes. Recorrió un pasillo estrecho. Las paredes eran de dos colores: la mitad de arriba blanca y la mitad de abajo en verde pastel con una franja de madera dividiendo las dos partes. Se sentó en una de las sillas desocupadas del sitio de espera y se limitó a observar alrededor con expresión ausente, demasiado nervioso para relajarse. En la pared del frente había un pequeño cartel que decía “prohibido fumar” y un poco más a la derecha un televisor, sintonizado en el canal de noticias. Sebastián hundido en sus pensamientos  no le prestaba la mínima atención al aparato. Una chica delgada y de cabello rojizo y corto se sentó a su lado, el chico solo se percató de ella al percibir su perfume; el cual le hizo voltear a verla inmediatamente. El perfume, a su parecer era casi perfecto, de un tono intermedio... no muy dulce, solo un poco. La chica se veía un tanto pálida, sintió que Sebastián la observaba  y dirigió la mirada hacia él: Sebastián tenía el cabello corto y negro, tez blanca con un ligero tono rosado bastante bonito, sus ojos eran profundos y de color miel. La chica educadamente le dio los buenos días, su voz sonaba débil. Sebastián le devolvió el saludo y se metió de nuevo en su cabeza. Pensaba en qué haría si le confirmaban, en esa diminuta habitación, la noticia que temía... lo que más miedo le daba escuchar. La espera en esa silla se hacía eterna. Una enfermera apareció para llamar a una Gabriela, no puedo escuchar bien el apellido, pero la chica a su lado se levantó. Asique se llama Gabriela -pensó. Unos minutos después otra enfermera apareció pronunciando su nombre, sufrió esa pequeña sensación de susto momentáneo y se dirigió a donde la enfermera le indicó, entró en el consultorio y la puerta de cerro.
Al cabo de veinte minutos Sebastián salía del hospital, más calmado y esperanzado. Divisó a la chica pelirroja cruzando la calle y empezó a correr para alcanzarla, gritó su nombre, la chica volteo y al verlo se detuvo al otro lado para esperarlo, entablaron una conversación y abordaron un autobús juntos. Que paso con ellos después es otra historia, lo que puedo asegurar es que ambos volverán a ese hospital con voluntad y esperanzas renovadas a luchar por sus vidas.

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