Esos libros
“Sólo intento contar
una historia y tal vez
comprender los resortes
ocultos de ésta, aquellos que
en su momento no vi y
que ahora me pesan”
Los Detectives Salvajes
- Roberto Bolaño
Desde
la esquina de la parte de arriba de un closet, enterrados en una caja debajo de
otras cajas, me llaman los libros que ella
me dio; recordándome a cada momento que ya no está. Me susurran fragmentos de
días en que la lluvia impedía que nos separásemos. Evocan sus memorias de cómo
llegaron a mí. Entre las líneas que contienen hay otras historias, las que sólo
ella y yo conocemos.
Hace
tiempo estaban en mi biblioteca, pero sus voces me atormentaban… por eso, en un
intento de silenciarlos, los enterré en esas cajas. Sólo conseguí mitigar las
voces. Los libros la introducen en
mis sueños, e invaden casi todas mis noches. Son ellos también los que citan,
con una pobre imitación de la voz de ella,
palabras pertenecientes a otras hojas. Al poco tiempo comprendí que los libros no
pueden hacer otra cosa: ellos también sufren la ausencia, el aparente olvido,
la herida. Ni ellos ni yo podemos hacer algo, las palabras no cambian nada
-dicen.
Un día
decidí hablar con ellos un rato, enfrentarlos, pero lo único claro que dijeron
fue: “el problema con los recuerdos, es que a veces se convierten en la tortura
definitiva, porque tu humanidad no quiere que acabe”. Y así siguieron, y yo
seguí también. Es verdad, en un sentido, y por el otro -aun peor, porque lo
vuelve más certero-: no parece una tortura.
Las palabras de los libros se combinan
formando nuevas maneras de decir lo mismo, de continuar rememorando nuestros
momentos –sí, los de nosotros: ellos, ella
y yo.